Nómadas otra vez
Carolina Vargas, Jefa de Innovación y Trabajo Futuro OTIC Sofofa
En la historia de la humanidad nos iniciamos como nómadas cuyo sentido de pertenencia estaba ligado a un grupo humano, una tribu y no a un lugar específico. En esta relación íntima con nuestras redes y con la naturaleza, los primeros humanos procuraban existir, habitar, vivir, sin muchas seguridades, más bien, experimentando el momento.
Gracias a esta forma de vida, a partir de cubrir sólo las necesidades emergentes, logramos avanzar y aprender; descubrimos el fuego, diseñamos refugios, aprendimos qué comer y qué no, etc. El haber sido nómadas, nos ha permitido constituirnos como lo que hoy somos, hablando de metaversos, de inteligencia artificial, etc.
Varios milenios después y con mucho sedentarismo en el cuerpo, estamos moviéndonos nuevamente hacia horizontes desconocidos. Un virus nos obligó a dejar los grandes edificios corporativos, las tiendas y las estaciones de trabajo, para descubrir que la cocina de nuestro hogar no era la mejor oficina. Nos movimos entonces hacia el comedor y fuimos explorando nuestras propias casas para encontrar un espacio que nos permitiera seguir haciendo eso que sabemos hacer, sosteniendo así una certeza en uno de los momentos de mayor incertidumbre.
Seguro que en ese proceso de búsqueda y movimiento no encontramos gigantescas amenazas como antaño (sin contar con el microscópico enemigo que nos empujó a la reclusión colectiva), pero sí volvimos a atender el valor de la tribu, de comer en familia, de acompañar a los niños en su día a día y, en general, de planificar menos y vivir más. No digo que haya sido fácil, pero sí que volvimos a aprender gracias a soltar la idea de un espacio físico definido.
Quizá a alguno le suene a exageración, pero yo creo que podríamos decir que los nómadas han vuelto, pero ya no con pieles sobre el cuerpo, ni con miedo por descubrir sus sombras. Hoy los nómadas son distintos, van con un computador bajo el brazo que les permite trabajar desde cualquier lugar, con un reloj inteligente que mide su actividad física, con un celular inteligente que les permite seguir conectado con sus seres queridos.
Es verdad, los nómadas digitales no nos enfrentamos a grandes animales que ponen en peligro nuestra existencia, pero sí a ciudades e idiomas que nos hacen sentir vulnerables. Salir del espacio de nuestro hogar, caminar por la sábana del mundo, nos pone nuevos desafíos: aprender a habitar nuevos lugares, experimentar nuevas culturas, hablar otros idiomas, saber estar a la distancia y vencer nuestros propios miedos.
¿Qué motiva a los modernos nómadas digitales? Sería iluso creer que yo puedo responder esa pregunta a nombre de esta extensa nueva tribu. Podría contarles lo que a mí me moviliza: la certeza de que lo que existe fuera de mi “lugar cómodo” es aún más grande de lo que puedo imaginar y que vivir imaginándolo no es suficiente.
Ser nómada digital me permite descubrir aquello que quiero, descubrir el mundo que apenas vislumbro, pero con la certeza de que sigo siendo yo, la misma que trabajaba antes en una oficina en el centro de Santiago. Sigo haciendo lo que amo, sigo aportando a lo que creo valioso para las personas, en la medida en la que aporto valor a mi propia vida.
Desde mi perspectiva, todos somos nómadas, de una forma u otra: algunos aún siguen recorriendo sus propios hogares, otros han de recorrer nuevas oficinas para encontrar esa ventana que les haga sentir cómodos, otros transitan entre cafeterías y algunos aún se preparan para comenzar su propio camino. Yo decidí tomar mi equipaje y recorrer algunos miles de kilómetros.
Pero no se confundan, no es mi intención romantizar esta experiencia, porque sea cual sea el recorrido que hagas como nómada, no será fácil. Aquí creo que lo crucial es la consciencia de aquello que te moviliza día a día, la brújula interna que te orienta hacia tu destino y, además, la red de apoyo que esté sosteniendo cada uno de tus pasos.
En mi caso, no podría estar trabajando desde el otro lado del mundo -y sin ir más lejos- terminando de escribir esta columna desde un tren, sin una red de apoyo que nace desde mi familia y se extiende hasta la organización de la que soy parte. Ellos me acompañan en cada paso que traza mi brújula interna. Son mi propia tribu que se interesa por saber si estoy bien, si el clima es bueno, si me adapto a la diferencia horaria y, todo eso, pese a no vernos más que a través de una pantalla. No podría estar sumando aprendizajes y experiencias y volcándolos en mi trabajo cotidiano sin su total confianza.
Estoy convencida de que ya no somos nómadas en peligro constante, somos habitantes de un vasto mundo en el que podemos trabajar, vivir, aprender y al que podemos aportar desde cualquier lugar.
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